"Un día a la vez", me repito hace cinco clases de manejo, cuando el miedo y la ansiedad quieren que dé marcha atrás. En esta nota, pedacitos de mis días (y pensamientos), cultivando el coraje en lo chiquito. En el proceso. En lo que es hoy, sin más.



“Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es el que no siente miedo, sino el que vence ese miedo”, dice una frase hermosa de Nelson Mandela. Y pienso en mi miedo a manejar. Y en la cantidad de años que hace que el tema da vueltas a la manzana en mi cabeza. Y en cómo se me oprime el pecho de tan sólo pensarlo. 

Cuando voy de acompañante, imagino qué pasaría si estuviera yo al volante (pánico). Si viajamos en la ruta, se me vienen una y otra vez pensamientos oscuros (¿en qué recoveco del cuerpo se guardan estas memorias?). Es miedo: miedo a chocar, miedo a morir, miedo a que les pase a algo a mis hijos, o a mi marido y a mí. 

Por si acaso pongo el pie firme en el piso, como si yo también fuera a frenar en cada esquina (tal vez así pueda controlar algo). Cómo me cuesta soltar el control, pienso.

Recuerdo a mis hijos hace unos años jugando. Olivia había sentado a mamá Pig al volante, y Bautista le dijo que no tenía que estar ahí “porque las mamás no manejan”. Yo escuchaba mientras cocinaba. Fue una daga en el pecho. Ahora además de miedo, tenía culpa (por Dios qué combo).  


Puse primera (hola miedo, mucho gusto)

No sé bien por qué, pero este 2023 algo me hizo un click, y terminé anotándome en un curso de manejo. Y me di cuenta que el auto es una excusa en realidad. Es un pendiente al que me animé a sostenerle la mirada. El desafío es intentarlo. Ni siquiera es una necesidad. Pero sé que si tiro un poco de ese nudo, se desatará algo que nada tiene que ver con ir al volante de forma literal. Sino con cómo me muevo en el mundo, y con mi a veces dificultad para “meter la trompa” sin andar pidiendo tanto permiso.

En una sesión con Laura Giovanetti, ella me decía que lo que estoy haciendo es desafiar aspectos míos que necesito trabajar (sería algo así como un curso de auto-empoderamiento). Y que seguramente cuando trascienda este miedo, capitalizaré más aun mi poder personal. ¿Será que tiene que ver con crecer, para no quedarme en punto muerto? Algo así. Nunca lo había sentido de esta forma.


Conductora de mi propia vida

Mientras vivo esta experiencia, no sé si algún día lo lograré. La mirada externa y la presión de los otros en cada esquina me apabulla. No quiero “incomodar” a nadie (la historia de mi vida que se repite una y otra vez… ¿hasta que aprenda la lección?). Evidentemente es como dicen: somos como manejamos, manejamos como somos. Y ahí Vilma Azcurra (la genia que me está enseñando), “saca de la guantera” una frase que en breve haré papelito: “Usted llegó demasiado temprano a mi etapa de conductora”. Nos reímos y eso me calma. 

Me lo voy a reconocer: ya haberme sentado al volante es un montón. Y poder pasar el estrés que me generan los primeros 17 minutos, desarma el monstruo en mi cabeza. Espanta fantasmas. Pero también me enojo. Tengo sentimientos encontrados. Me pregunto por qué debería presionarme: ¿quién me mandó a meterme en esta? ¿Acaso no hay gente que es muy feliz y no maneja? No todos tenemos que hacer todo. A lo mejor soy buena para otras cosas y no para esto. ¿Es intuición o es mi mente intentando auto-convencerse porque está aterrada? Ay la cabeza. 

Hace un tiempo, Luly Dietrich (que también me está ayudando muchísimo), me dijo que antes de aprender a manejar un auto, tenía que aprender a manejar mis pensamientos. Porque ahí radica todo. Entonces, me explicó que el primer paso es poder decir “me pasa esto y voy a ver cómo avanzo”. Porque el conocimiento genera seguridad y la seguridad confianza. Y yo quiero confiar. Confiar en mí, y en que hay algo superior que me cuida, como siempre en mi vida. 

Confiar en que el coraje se cultiva en el proceso. En ese “tiempo del medio” como dice Caro Abarca, en el que salimos del “punto A” pero no vislumbramos aún la llegada al “B”. Caro se pregunta en un post: “¿No podemos acaso aprender a ser valientes de una vez y para siempre?”. Y se responde: “No. No se trata solo de una decisión, voluntad, o tiempo. Se trata de un proceso, de un ‘movimiento profundo del alma’ como dice Joan Garriga Bacardi, que con humildad la vida nos invita a practicar una y otra vez”. Y me encantó pensarlo así.


Estoy aprendiendo

Dice Amalia Andrade en su libro “Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas”, que “lo verdaderamente miedoso no son las mordeduras de serpiente, los terremotos, o el fin del mundo. Lo verdaderamente miedoso es cómo el miedo nos paraliza, nos aniquila, nos deja despojados de razón. Lo miedoso son las cosas que dejamos de hacer, los silencios que cultivamos como plantas de jardín interior, los atajos que comenzamos a transitar para no enfrentarnos a nada, a nadie, ni a nosotros mismos”.

Enfrentar los miedos, en mi caso, sabe a ir llegando a la puerta de la autoescuela de Vilma, y sentir cómo el 96 por ciento de mi cuerpo me dice que me vuelva a casa, pero le hago caso a ese cuatro por ciento que decide tocar la puerta y entrar.  

Enfrentar los miedos, se parece a tener FE.


(Al cierre de esta crónica, abril 2023, voy por la quinta clase de manejo).


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*La imagen de esta nota fue tomada con un moto g52.