En marzo de este año (2017)  me sacaron un melanoma maligno, cáncer de piel. Y por unos meses mi vida quedó en pausa.

Todo empezó con un simple lunar que tenía en el antebrazo derecho desde hacía varios años. Pero con el tiempo, había cambiado de color, los bordes se fueron tornado irregulares y me picaba. Lo hice ver unos meses antes gracias a la insistencia de mi marido, y a mi hijo Bautista que me lo tocaba cada vez que lo prendía a la teta o lo hacía dormir. Él me lo marcó. Por eso siempre digo que “mis hombres me salvaron”.

En ese momento me recomendaron sacarlo y cuando a los 15 días tuve los resultados y la confirmación de que era un melanoma (uno de los cánceres más agresivos), comenzaron las consultas en dermatología oncológica, los miedos, las dudas y la vida (mi vida) entró en otra dimensión.

Me explicaron que debían volver a operarme, reabrir la zona para “ampliar márgenes” y asegurarnos de que no hubieran quedado células cancerígenas, y extirpar algunos ganglios de la axila derecha para saber si el tumor ya había hecho metástasis (porque en mi caso, había infiltración).

Hay dos datos que quiero sumar: por un lado, que los melanomas tienen una gran capacidad para diseminarse, y que si hacen metástasis pueden ser fatales. Por el otro, que si bien la principal causa es la exposición al sol, también hay factores genéticos implicados.

El alma me volvió al cuerpo cuando a los días supe que los ganglios no estaban tomados y la zona del melanoma, “limpia”. De a poco sentí que volvía a ser yo. En realidad, debo confesar que nunca más volví a ser la misma. Porque estas cosas te cambian la mirada, te dan vuelta “prioridades”, y así, en carne viva, te vuelven al eje. No tengo dudas de que algo nos enseñan, que un mensaje nos dejan, y que son la oportunidad para desatar nudos y desandar caminos.

Hoy me restan controles de por vida. En principio cada tres meses por tres años, y después se irán espaciando. Pero eso no es algo que me moleste. Tampoco mis cicatrices (suman casi 40 puntos en mi brazo derecho): son el "tatuaje" que me recuerda que el amor sana. Porque si de algo me llené esos días, fue de amor: de mi marido, mis hijos, mi mamá, mis hermanos, mi familia, mis suegros, mis amigos, mis compañeras-amigas de trabajo, mis vecinos, mis conocidos. Todos me salvaron, física y emocionalmente.

Fueron tiempos difíciles, llenos de emociones encontradas y de pensamientos que no podía soltar. Por un momento dudé acerca de si contar o no todo esto. Pero creo que desde mi lugar de periodista de belleza y bienestar, más allá de hacer una nota sobre los cuidados del sol y los últimos protectores solares, mi pequeño aporte vale para ayudar a tomar conciencia acerca de la importancia de los chequeos anuales de piel: busquen un dermatólogo, hay que revisarse de cabeza a pies cada año. Porque una vez más es el diagnóstico a tiempo el que hace la diferencia.