El viernes Bautista cumple un año. Y tal como me pasó con cada previa a los cumpleaños de Olivia (la mayor), con él también tengo un nudo en el estómago. Como si estuviera reviviendo los días anteriores a su nacimiento, los miedos, las emociones, la incertidumbre de no saber cómo será lo que viene. Yo siento que la maternidad te atraviesa el cuerpo y el alma. Nunca más volvés a ser la misma.

Vieron que siempre se habla de la "depre post parto". Recuerdo alguna vez haber leído una nota sobre este tema, pero con un título genial. Decía: "¿Depresión post parto o el nacimiento de una nueva mujer?". Nunca tan cierto. En general, al instante de parir se nos pide que seamos las de siempre, pero ahora con un hijo (ni más, ni menos). No muchos saben ver más allá, y entender todo lo que nos pasa. No estamos deprimidas, estamos tratando de reacomodar las piezas de nuestro cuerpo-mente-espíritu. Estamos rearmándonos.

El día que salí de la clínica con Bauti en brazos y "mi alma en la mano", con lágrimas que no lograba contener (creo que esto ya lo dije en algún otro post), pensaba en las famosas que se fotografian en la puerta de la clínica antes de volver a casa. Nada más alejado de esas imágenes vivía yo. Me sentía tan en carne viva, tan frágil y poderosa a la vez, tan en otra dimensión. Y los días transcurrieron. Algunos más fáciles, otros más difíciles. Algunos con más certezas, otros con más dudas. Pocos con claras seguridades, muchos llenos de miedos. Tantísimos de un amor que desborda. Y ahí te das cuenta que el cochecito, la mantita, las mudas de ropa, los pañales con tal gel u otro, las toallitas o el óleo calcareo, la cuna o el catre, son una anécdota. Porque el "ser madres" nos enfrenta con nuestras partes más luminosas, pero también con los costados más oscuros: culpas, dudas, historias viejas, miedo a equivocarnos, falta de tiempo, cansancio, espacios propios que se pierden, nuevas formas corporales, y tanto más.

A varias nos pasó cuando fuimos mamás por primera vez (porque con los segundos estamos "muuuuuucho más cancheras"), pensar que dar la teta era cuestión de prender al bebé y tema solucionado. Y no se hizo tan fácil. Nos encontramos con que "dar la teta", era un enorme universo de conexiones, sensaciones, luces y tormentas. Y lo que más se necesita ahí, es que no nos bajen la bandera fundamentalista de la lactancia, sino que nos acompañen mostrándonos que también podemos dar una mamadera con el más grande amor, generar conexión con la más tierna mirada, y que nuestros hijos no se enfermarán más que otros por tomar leche de fórmula.

No somos más-madres por parir sin anestesia, o por parir en forma natural, o por dar la teta hasta los cuatro años. Somos más madres cuando dejamos que la maternidad nos tome. Cuando nos permitimos vivir todos esos grises, cuando con lágrimas en los ojos podemos pedir ayuda, cuando estamos dispuestas a crear mundos fantásticos en los escenarios de ellos, cuando podemos armar castillos en la arena, mandar una notita a la maestra si hay algo que los angustia, cuando dormimos abrazados, cuando acunamos fiebres, cuando bailamos sus canciones, cuando merendamos su chocolatada, o tenemos grandes charlas con un tostado de por medio.

Después de casi un año de vivir en esta licuadora emocional, siento que las fichas muy de a poco se empiezan a ordenar. A algunas les tomará más, a otras menos. No importa el tiempo. Importa el registro de eso, creo yo. Porque ahí está el crecimiento emocional, espiritual y de vida.

Hoy celebro y revivo ese instante tan indescriptible como es el de parir a nuestros hijos. Ese momento mágico en que nos los apoyan en el pecho y la emoción tapa cualquier dolor. Y también honro todos estos nudos emocionales con los que me enfrento cada día, porque son los que me permiten seguir hurgueteando en cada uno de mis rincones, y crecer más como mujer y como mamá.