Cada día del niño me pasa lo mismo. Además de saludar a los más pequeños, los veo con su inocencia tan marcada, con su sencillez ante la vida, con sus risas, juegos, y sus elecciones placenteras, y empiezo a preguntarme en qué momento todo eso se me escapó de las manos. Claro, es lógico que el crecimiento tenga que ver con asumir responsabilidades, no siempre hacer lo que nos gusta o queremos, sentir preocupaciones, miedos (muchos), rutinas, horarios, y todo eso que cada una sabe identificar muy bien y que tiene que ver con la vida misma: con ser madres, esposas, trabajadoras, novias, hijas ya adultas.

Pero en realidad mi pregunta va por otro lado. Pienso en qué momento dejé de disfrutar ciertas cosas que no tienen que ver con la edad, cuándo me endurecí ante situaciones que podría dejar fluir más, por qué empecé a sentir tantos miedos, qué hizo que deje de jugar, de mirar con ojos de asombro hasta lo más sencillo (o hacerlo sólo cuando "tengo tiempo"), qué provocó que tuviera que andar conectada las 24 horas de mi día, o caminando por la calle sin mirar qué pasa a mi alrededor, o no poder tomarme el tiempo de tocar y oler las mandarinas de la esquina, cantar mientras me baño, o reirme sin parar.

Por eso, este día del niño quiero hurguetear en mi interior hasta conectarme con la niña que fui, con la que hoy veo en mis hijos y me recuerda a mí. La invitación que me hago es a tirarme al piso a jugar, cocinar y que no me importe si se ensucia, dejar mis cosas tiradas hasta el otro día si estoy cansada para juntarlas a la noche, no tender la cama una mañana, desayunar con un alfajor, merendar con una linda mesa, ver una peli que me encante sin horarios, bañarme sin tiempo, pintar, y hacer las cosas que más me gusten porque sí, sin un sentido, sin un fin. Sólo por el placer de hacerlas. Parece fácil, pero para mí es todo un desafío. 

Ayer leía una nota en el diario La Nación, que hablaba acerca de qué cosas son las que más felices hacen a los chicos. Y ahí decía lo que todos sabemos pero a veces olvidamos: ellos no necesitan tantos juguetes, sino algo tan simple y feliz como nuestro tiempo. Cuántas veces nos estresamos por darles el último viaje, el mejor celular, la más grande casita de la Barbie, mandarlos al colegio más caro, y perdemos el foco. Qué importante es poder leerles un libro, pintar con ellos, acompañarlos a la plaza, estar en sus reuniones del colegio, disfrazarnos, bailar sus canciones, escuchar música, o invitarlos a estar con amigos. Nuestros hijos nos necesitan a nosotros. Y creo que es el mejor regalo que podemos darles (y darnos) este domingo.

¡Feliz día a todos! (grandes + chicos)